Seguramente porque el moreno era muy simpático, (su pelo de corte extraño, se asemejaba a una tapita corona de botellita de Fanta. Como un sombrerito, vea.) o porque el desayuno satisfizo todas nuestras ansias estomacales, intentamos regatear precio pero al final aceptamos.
Nos subimos a la lancha al día siguiente. Marlice y Roland, austríacos de origen (del mundo por elección), ya habían pasado a formar parte del equipo.
Volvimos. Más blancos de lo que nos fuimos, una nube nos persiguió toda la ruta. Las diminutas ranas rojas, en su santuario, croaban como si fueran dinosaurios y la selva parecía Jurasik Park, al restoran sobre las aguas cristalinas lo saludamos desde lejos y seguimos viaje (los precios no se adaptaban a la cartera de la dama y ni al bolsillo del caballero), eso sí, los delfines los vimos, y varios. Por otro lado, el snorkel lo hicimos y vimos cosas maravillosas nunca vistas (y hubiera querido tener una camara subacuática para compartirlo)... Luego en la isla Bastimentos, guitarreamos, comimos y bebimos hasta la madrugada. A la medianoche. Un caco me llevó la billetera (cosas que pasan hasta en el paraíso mismo).
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Nadie me robará de la retina, de la memoria y del corazón ese coral con los colores azul y oro de Boca Juniors, al que miré flotando por varios minutos. En un momento, pude ver la cara de Martín en el perfil de la especie coralina. Y creo que al partir, a mi seña de pulgar en alto, me guiñó el ojo por la vuerta.
Y bueno chicas... que se le va a hacer...
ResponderEliminar¡no existe el hombre perfecto!
no comparto amiga tu opinjion... yo si conozco al hombre perfecto. saludos
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