miércoles, 25 de marzo de 2009

CIELO E INFIERNO

Desde chico, hace algunos años que aún no peinan canas, me instruyeron sobre algunos lugares bastantes particulares. Digamos que existían para esa época, lugares en los que la gente se iba o se quedaba en una eternidad desesperante.

¿Es posible pensar en eternidad?. ¿Es posible que nuestra limitadísima categoría de percepción que nos impide imaginar el número 100 en cantidad de uvas por ejemplo, nos permita abstraer y entender, verdaderamente posta posta lo que significa la eternidad?

¡Qué de cosas extrañas son las que surgen!



¿no? Un cielo al que entrarían todas las personas buenas, pero que no podían disfrutar aquellos niños que morían a pocas horas de nacer (mucho tiempo para pecar no hubo, creo...) Un eterno cielo lleno de aburrimiento. En el que entraban los niños buenos que no mentían a sus padres, ni se ensuciaban la ropa, ni rompían los quinotos bajando palomas con gomeras, ni aquellos que desaparecían para buscar aventuras en montañas lejanas. Obviamente, un lugar para los que decían discursos políticamente correctos y no se metían en discusiones eternas y testarudas. Con un cielo así, en el que en los primeros 10 minutos de la eternidad se me reventara la cabeza y exigiera me devuelvan la vida para que pueda irme de ese lugar, estaría dentro de mi mayor castigo. Sentado en una nube. Mirando qué. Haciendo qué. Un cielo al que le escribieron una comedia divina.

En el infierno, al menos, estarían todos mis amigotes. Aquellos con los que nos encontramos en el campo. Con los que jugábamos juegos de manos y de villanos. Aquellos que robábamos mandarinas de la casa del vecino. Los que jugábamos al ring raja en la hora de la siesta. Los que nos íbamos a pescar a la lagunita del parque sin avisar a la vieja. Los que se iban a Carlos Paz en bici y avisaban a su llegada. Aquellos que pensaban distinto y se atrevían a ir contra la corriente.

Digo, una cantidad de interesantísimos niños y niñas, que vivieron una niñez sin reproches y no una vida reposada. Un Infierno al que le escribieron una Divina Comedia.

Lo cierto, es que pensé todo esto cuando subí al Volcán Pacaya. Allí encontré todo lo que había soñado con el torturador infierno: CALOR, LAVA, CANSANCIO, DOLOR, QUEMAZÓN DE PIES, ASFIXIA, OLOR A AZUFRE, TEMOR POR DERRUMBES, ASPEREZA EN EL SUELO, SUFRIMIENTO, GRIS... (pero extrañamente propio, alcanzable, caminable, atrayente, solidario, misterioso...)

Por otro lado, las nubes al atardecer dejaban que el sol las dorara completamente. Lo que me hizo recordar mis sueños del ansiado cielo. CALMA, PAZ, SERENIDAD, ADMIRACIÓN, COLORES BRILLANTES... (pero extrañamente, no sentí el deseo de ir allí, por el contrario, sí sentí el miedo al abismo, a la nada, a la metáfora, al vacío...)

En el volcán Pacaya vivimos experiencias maravillosas. Un asado a la lava, no se come todos los días. Compartimos con gente de todo el mundo, el delicioso sabor de un bocado de carne cocinada al calor que emana de las entrañas mismas de la tierra.



















Luego bajamos. De noche. No hay fotos. Salieron todas oscuras. Seguimos viaje. Volvimos a Antigua (vida mía).


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