lunes, 20 de abril de 2009

Caballero de fina estampa


No salimos mucho en Centroamérica, ponele. La vida en los hostels te lleva a compartir mucho intra muros o en plazas, playas, peatonales, escalinatas varias... y como fue de costumbre nuestra, decidimos quedarnos guardados casi siempre.
El tema es que el "casi" se volvió una costumbre cotidiana, diaria digamos... Llegamos a Antigua, Guatemala, que, como verán, es mi ciudad favorita. Era de noche y la recorrimos, en ese caso, por obligación ya que el bus se demoró mucho mas de la cuenta, el tráfico en Guatemala capital es bastante pesado a las horas pico.
La cuestión es que en la combi, con mucho tiempo, nos hicimos amigos de unos viajeros, un par de españoles, un austaliano y un suizo... Bajamos todos y ninguno tenía lugar cierto para dormir. Así que, con mochilas y todo, hicimos la primera recorrida nocturna por la ciudad colonial.
Impactó...
Luego nos separamos... y por dos noches perdimos el rastro de nuestros amigos. En la plaza central, Andrés hizo nuevo contacto con uno de los gallegos y arregló para que esa noche nos juntáramos a tomar cervezas.
Entonces pasamos por el supermercado, buscamos ron, coca (el hielo lo ponía el clima) y fuimos a la plaza. Allí, lejos de encontrarnos con los españoles, vimos al Suizo y al Australiano. En el idioma universal del alcohol compartido nos sentamos en ronda a tomarnos los dos rones, el nuestro (bastante malo por cierto) y el de ellos (calidad superior).
Siendo las 12 am, habiendo terminado ambas botellas de ron y cansados de esperar a nuestros amigos provenientes de la "p... madre patria", nos fuimos a un bar, el único abierto un día jueves. Por una ventana, tras unas rejas, pudimos verlos tomando cervezas... Llegamos, euforia... Abrazos como si este encuentro fuera uno de aquellos inesperados. La gente miraba y algunos preguntaron de qué se trataba aquel momento. Lo cierto es que los vapores etílicos estaban bastante en consonancia... y las expresiones de afecto se multiplicaron. Charlamos. Reímos... seguimos bebiendo... y de repente, sin que nadie pudiera hacer ni un movimiento, las luces del bar se encendieron.
Silbatina generalizada.
Entonamos el "una y no jodemo " pero fue inútil. El gigante de la entrada nos miró de reojo, entendimos todo. Una imagen vale más que mil palabras...
La luz se hizo, nuestros ruegos fueron escuchados... por el fondo escuchamos un eco como una voz celestial "hay after", "hay after"...
No podía creer. Menos Andrés, cuyo último after había comenzado en Jamaica a las 7.30 am... se dio vuelta y con su bigote Charlygarcia me preguntó con cara de asco "aaafter??", yo le dije "sigamos a la multitud"... y arreamos a nuestros amigos, cual vacas, si.
Llegamos a la entrada, una casa colonial, inmensa, la gran puerta en forma de arco llegaba hasta casi 3 metros de altura. Pero no se abrió completa. Entramos, medio agachados, por esas puertas pequeñas como caladas en el gran madero. Apenas pusimos un pie dentro de la casa, un tipo con cara de pocos amigos nos exigió veinte quetzales (no que fuéramos a una pajarería y le compráramos 20 pájaros, sino que le entregáramos dos billetes de $10, que en Guatemala se llaman Quezales, no pesos). Nos toqueteó un poco. Revisó nuestros bolsillos. Tomó el dinero. Nos propinó una palmada en la espalda y por un laberinto de telas que colgaban del techo, ingresamos al gran patio central de la casona.
Sólo había una fogata en el centro del jardín, piso de tierra, una gran galería recorría el perímetro completo, y al fondo, al final, una pequeña luz de 25w, allí se servían los tragos. La música tecno perforaba los oídos. El fuego era avivado por quién sabe... pero cuando bajaba su intensidad, los leños aparecían.
Todo muy caótico.

Charlando con los muchachos, esas cosas que se hablan por hablar, o datos de viajeros, no recuerdo bien, cuando, de repente, siento un llamado en mi espalda. Me doy vuelta y una muchacha me pide bailar. Yo, Caballero de fina estampa, aunque no muy convencido, acepté. Los muchachos cerraron el círculo rápidamente y comentaron algo, rieron y me miraron casi espiando. La voz de la muchacha no me cerraba. Usaba palabras cortas. No construía oraciones. Pensé que quizás estaba un poco enferma o había fumado mucho esa noche.
Los muchachos llamaron a Andrés y todos me miraban y, lejos de hacerme señas buenas, se me seguían riendo en la cara. Miré bien a mi nueva amiga y entendí todo. Venía con sorpresa. Se trababa de una travesti que muchos por allí conocían. Hice seña a mis amigos y ninguno concurrió a salvarme. Caballero de fina estampa no se movió hasta el punto culminante en el que ella dijo: "Me podrías invitar un trago"... Nooooooo pensé, me figuré a mi primo Manolo diciendo "Nooooooo" y tirándose para atrás agarrándose la boca y la nariz... y me dije que era demasiado.
Me despedí de ella con toda cortesía. Busqué un ron en la barra. Permanecimos por casi dos horas siendo yo el chiste de todos los compañeros de viaje.

Perdí de vista a Andrés por un tiempo. Escuché música. Miré el fuego y volvimos. Las calles vacías. Frío. El silencio se confundía con el aturdimiento de mis oídos saturados. Como si caminara por dentro de una lata, una hermosa lata antigua.

No hay comentarios:

Publicar un comentario