jueves, 1 de octubre de 2009

Un cuento... DULCE ZAPALLO

La energía de los subterráneos proviene de las locomotoras, de sus motores, de la electricidad que fluye por los cables de alta tensión, de la tensión de los pasajeros por no quedar varados en el andén o ser arrollados en las vías.
El smog del afuera ingresa a lo profundo de los túneles, con ráfagas de aire en movimiento, tibio, húmedo. Se hace insoportable, incluso sobre los trenes en movimiento. El aire es asfixiante. Calor. Sudor. Humedad. Impaciencia. Suspiro. Mil caminos. Millones de historias se cruzan en los subterráneos. Mil tristezas, mil alegrías, mil rencores y elucubraciones.
En los subterráneos las vidas se encuentran y se dejan en escasos milisegundos. Se acercan. Se contactan. Y se van. En los subterráneos se escucha el ensordecedor sonido del silencio de voces y el callado y constante ruido de las vías como cuchillas afilándose constantemente.
En los subterráneos surgen historias. Por su misterio. Por sus intrigas. Por su arte. Por sus paredes pegajosas.

A Paco le gusta hacer asados. De esos buenos, con amigos, truco, achuras y todo. Su casa tiene todo lo indispensable. Nada sobra. Aunque nada falta. Hasta dos discos de arado. Uno para cuando viene poca gente, los íntimos y un long play para cuando los comensales superan la barrera de los seis. Lo llama "pollo al discovery" y aprendió a cocinarlo con casamcrem y vino blanco dulce. Como casi todo lo que cocina improvisó la receta, un poco de esto un poco de aquello y resultó ser el pollo al disco más popular de la comarca.
A María le gusta la cocina, esa la alternativa. Esa rica en sabores raros, distintos, para ella es una fiesta de colores, aromas y gustos un plato de comida. La natural su especialidad. Le gusta el zapallo asado, el pan de zapallo, el dulce de zapallo.
María y Paco toman el mismo subte, línea B en la estación Medrano. Todos los martes, 18 horas. El uno para el trabajo, hacia Dorrego, la otra rumbo a su curso de cocina asiática en Florida. Miran los carteles, las propagandas repetidas y los graffitis nuevos en liquid paper y piensan en lo poco creativos que resultan, aunque siempre graciosos. Se detienen en las pintadas punk de las bandas nocturnas que duermen en los túneles cuando la ciudad vive y viven en las calles cuando la city duerme.
Los dos se intuyen. Se miran. Se extrañan y conjeturan las razones de las ausencias cuando en el andén del frente el otro brilla por su ausencia. Se elucubran abandonos, pérdidas, muertes, salud.
María no recuerda cuando fue que vio a ese hombre por primera vez. Pero le gusta como la mira, disimulado, tímido, incómodo y escondiéndose detrás de ese uniforme de repositor externo y ese cuello polar que usa de bufanda.
Paco recuerda muy bien cuando vio por primera vez a esa mujer que toma el tren en dirección contraria sus propios martes a la misma hora. Fue un día en el que percibió su llanto y el rimel dibujaba una catarata gris en sus rosadas mejillas. Un punga había arrebatado su cartera y su celular. El presenció el momento exacto del atraco. Pero la electricidad en las vías, la distancia y los obstáculos impidieron la llegada de su ayuda.
El degustó exactamente cómo la miraba. Amorosa. Desprotegida y sintió que ella sostenía sus ojos clavados en los suyos. Vino el tren siguiente, sonó la chicharra y se separaron.
María, luego de su curso de cocina asiática sigue con el de la mediterránea y espera continuar con el de la azteca - maya, la marroquí, la brasilera y compulsivamente aprende a combinar sabores, picores, dulzores, sales, especias, etc etc. El sushi le sale al dente, los tacos al pastor: "la especialidad de la casa".
Paco adora los choripanes y los "bondiola" de los carros de la costanera. Los come sentado en la pirca con las piernas colgando y mirando hacia la reserva ecológica.
Se miran sin tocarse. Se desean sin saberlo. Se atraen como imanes. Se intuyen. Se conocen de sólo intercambiar miradas.
El sueña con ella cruzando el andén. Ella no quiere arruinarle la vida.
La flexibilización laboral hace que Paco cambie su trabajo y su horario. Y que desee volver a las 18hs a Dorrego, pero debe tomar el subte en Independencia rumbo a Boedo a las 5 a.m. María se dedica al tejido.
En la parada de Corrientes al 4900 el toma el 127. Tres paradas mas allá sube María. La máquina expendedora de boletos se queda sin cambio y revuelve su cartera llena de ovillitos, nerviosamente, apurada. Casi llora cuando un gordo lampiño parado en el segundo escalón le pide que se apure. Le deja paso. El gordo suspira, se muerde el labio, inclina la cabeza 45º, levanta las cejas, diagonaliza su pera y camina para el fondo con sus muslos paspados y piernas abiertas.
Aunque no encuentra una moneda llega desde sus espaldas. Apropiada. Inequívoca. Brillante. Única. Se introduce en la máquina. María aprieta segunda sección. El boleto se escupe.
- Gracias.
- Ahora tengo derecho a elegir tu asiento
- Bueno
- ¡Ese!
- Si, me gusta ventanilla.
A María el fresco y la luz le gustan y si es en conjunto mejor. Paco la consiente.
El tejido se le cae y ella lo deja en el piso sucio y maleducado. Le ofrece semilla de zapallo. El acepta. Rico! Con sal hace agridulce, comenta sorprendido.
El le da la mano. Ella le agarra el brazo. El ya no tiene el anillo. Ella coloca su cabeza en el pecho. El huele su cabello. Ella su pullover de bremher. Ella espera un beso en el cuello. El pregunta tonteras y comenta bobadas. Ella no responde nada. El intenta besarla. Ella se deja. El piensa dice "¡Así era!". Ella piensa y gime bajito. El abraza. Ella contiene la caricia. Ella anota en su libretita: "Zapallo".